domingo, 16 de septiembre de 2012

El pueblo unido jamás sera vencido


A veces me pregunto si es útil avanzar en la búsqueda de un pensamiento de nuevo progreso, cuando las realidades son tan pesadas y urgentes, cuando la justicia medioambiental brilla por su ausencia y el que termina pagando la cuenta siempre es el pueblo.

El vacío jurídico y la falta de noción de delito ambiental nos acorralan y obligan a “costear” los problemas en vez de tratarlos de raíz.

Los resarcimientos en las grandes catástrofes generadas por empresas (en los pocos casos en los que los culpables fueron obligados a hacerlo) suelen ser económicos y sigue sin discutirse el tema de base. Necesitamos actuar sobre los causantes de la contaminación y dejar de realizar actividades que ponen en gran riesgo a la naturaleza y, por consecuencia, a la humanidad toda.

¿Por qué si sabemos las consecuencias irreversibles de la megaminería en el agua, las montañas y los ecosistemas no podemos simplemente pararlas? ¿Porqué luego de los desastres de Chernobyl o el inmenso derrame de petróleo en el Golfo de México (donde se derramaron más de más de 594.000 toneladas de crudo en mar abierto en el año 2010) las empresas petroleras siguen insistiendo en estas fuentes de energías en vez de estimular el desarrollo de alternativas? ¿Por qué en vez de redefinir seguimos emparchando este paradigma del progreso exacerbado, mirando hacia un costado y seguiendo este camino como si fuera la única opción?

El sistema capitalista, basado en el lucro a cualquier precio, es el gran responsable del desgaste ecológico. Las empresas toman sus decisiones sobre los costos financieros, no sobre los ambientales. Por esta razón es que se necesita de manera urgente que el estado tome cartas en el asunto.

Últimamente tuvimos la posibilidad de ver un gran auge de la llamada “conciencia verde” pero lamentablemente, en su mayoría, son distintas formas de pintar de verde la imagen de distintas instituciones con gran apoyo de publicidades “pseudoecológicas”, realizadas por otras empresas expertas en estrategias de lavado ecológico (greenwashing). Estas multinacionales (petroleras, cerealeras, mineras, químicas, farmacéuticas, y generadoras de electricidad) se jactan de acciones voluntarias, pero son las primeras en ejercer una implacable acción de lobby cuando se trata de sancionar regulaciones sobre sus actividades.

Las cumbres de Rio 92, Johanesburgo 02 y Río 12, no han servido más que para algunos discursos memorables (Severn Suzuki en el ´92 y Mujica en 2012) y para que las empresas aprovechen estas tribunas para intentar hacer olvidar su imagen de contaminadoras bajo la oportuna bandera del World Business Council for Sustainable Development.

Es por eso que es tan importante unirnos, organizarnos, y juntos reclamar leyes que obliguen a las empresas a hacerse responsables de cualquier tipo de daño que generen en el medioambiente y en la salud de los seres que lo habitan, y lo más importante, que sus sistemas productivos sean cerrados, sin desechos peligrosos ni contaminantes.
No podemos seguir esperando que las empresas tomen la iniciativa, los años han demostrado que ellas nunca lo harán.

El pueblo unido, jamás será vencido.